La base material que es imprescindible para poder elaborar la miel es el néctar de las flores, del cual las abejas se encargan de recolectar cada día, tras interminables horas de vuelo buscando las flores candidatas a ofrecerles el mejor producto. Este líquido azucarado es extraído del interior de la flor empleando una larga lengua que se encarga de succionarlo y llevarlo hasta el interior del estómago del insecto, donde se almacenará y comenzará el proceso de transformación.

Para que comience la transformación, es necesaria la actuación de unas enzimas especializadas que rápidamente comienzan a actuar sobre el néctar, modificando su composición química y acidez (pH), haciendo que de esta manera se convierta en un líquido que permita su almacenamiento a largo plazo.

Una vez lleno el estómago de néctar, la abeja vuela de regreso a su colmena, en donde iniciará un proceso de regurgitación del néctar recolectado y parcialmente digerido; que traspasará boca a boca hacia otra de sus compañeras. Esta hará lo mismo con otra abeja, a la que le pasará el líquido químicamente modificado, que al haber alcanzado un estado óptimo, la última abeja lo depositará en una celdilla de cera donde será almacenado.

Sin embargo, el proceso aún no está concluido ya que este líquido aún contiene demasiada agua para poder conservarse en buenas condiciones durante mucho tiempo. Para extraer ese exceso de agua, las abejas lo abanican con sus alas, acelerando así el proceso de evaporación del agua sobrante, logrando finalmente que la miel alcance la consistencia espesa que conocemos.

Al haber conseguido dicha consistencia y comprobar la calidad de la miel, una abeja se encargará de tapar esa celdilla con más cera que secretan a partir de una glándula que poseen en su abdomen. Esta cera se endurecerá rápidamente y la miel quedará totalmente resguardada del aire y del agua de manera indefinida, convirtiéndose así la celdilla en un magnífico almacén en el que la miel quedará bien protegida.

¿Cuál es el objetivo de tan elaborado proceso? Es mantener la despensa llena de este rico y nutritivo alimento durante las temporadas difíciles, como pueden ser el crudo invierno en las zonas más frías y templadas, o las estaciones secas en las más cálidas, cuando se hace más difícil o imposible el trabajo en el exterior. Así se mantiene la integridad de la colmena en esta época, garantizando la supervivencia de la reina y de hijas.